Iván Williams Jiménez.
Doctor en Derecho por la Universidad Carlos III de Madrid.
Policy and
Advocacy Manager en IOSH.
1El actual contexto post pandemia ha marcado un punto de inflexión en la manera de entender los mercados de trabajo. Las empresas crecen en complejidad y están apostando por una mayor flexibilidad, una adopción sin precedentes del trabajo remoto y un crecimiento en la demanda de fuerza laboral contingente. Estos son sin duda factores contribuyentes a la eclosión de la denominada «plataformización» de la economía y por tanto de las plataformas digitales de trabajo.
La presencia de la economía de plataformas o economía gig ha crecido de manera dramática en los últimos años. Desde el comienzo de la pandemia por Covid-19 este sector ha crecido de una manera exponencial, debido en gran parte al aumento del volumen de trabajo a pedido a través de aplicaciones y la clasificación de sus trabajadores como esenciales para la actividad económica.
Al mismo tiempo la actual crisis de salud pública ha provocado desajustes en el empleo en forma de alta desocupación, inactividad y precariedad laboral. Globalmente las mujeres (junto con los jóvenes) han sido claramente las grandes damnificadas. Un daño colateral de esta crisis puede verse reflejado en el incremento de las desigualdades producidas en el salario de las mujeres y de los trabajadores con remuneraciones más bajas.
Este tipo de circunstancias suponen un caldo de cultivo, del que está llamado a beneficiarse la economía colaborativa. Supone además un incentivo para aquellas trabajadoras que se han visto obligadas a salir de manera traumática del sector formal del mercado de trabajo y emplearse en el sector informal.
2En este nuevo contexto de trabajo, existe una creencia extendida, alimentada por las plataformas, que destaca como los trabajos en la economía gig proporcionan mayores niveles de autonomía, empoderamiento, libertad e igualdad de trato[1].
Cuando a este tipo de supuestos estímulos se añade la dimensión de género, hemos sido testigos de cómo las empresas que operan en este sector promocionan las posibilidades que el trabajo brinda para aquellas trabajadoras que desean mejorar la conciliación de su vida personal y laboral, generar una fuente de renta extra, y la flexibilidad que ofrece en supuestos de cargas familiares[2].
Sin embargo, son cada vez más las voces que cuestionan este modelo de negocio, arguyendo la reproducción de problemáticas laborales en cuestiones de discriminación de género, raza y clase[3]. La figura característica y controvertida de los falsos autónomos está cada vez más claramente vinculada con deficientes niveles de protección social, trabajo de poca calidad y con pocas posibilidades de desarrollo profesional[4].
3Si analizamos la problemática más allá de la dicotomía independencia vs precariedad, la evidencia demuestra que la economía gig no solo propicia, sino que exacerba el riesgo de padecer acoso sexual, violencia y otros riesgos psicosociales[5] [6], lo que sin duda tiene un impacto negativo en la seguridad, bienestar y vulnerabilidad de las mujeres empleadas en este sector. Aquí la casuística es preocupante y compleja en su tratamiento:
- Las riders de Deliveroo, Glovo o Uber Eats ejercen su actividad en una ‘jungla’ por entorno laboral, donde las repartidoras son objeto de agresiones, situaciones de abuso y robos;
- La publicación de informes de seguridad por parte de Lyft y Uber han revelado la prevalencia de agresiones sexuales hacia conductoras y usuarias del servicio de transporte de pasajeros;
- HoneyBook, la plataforma de profesionales creativos freelance, ha reconocido situaciones de acoso e intimidación hacia sus trabajadoras y falta de diligencia en la gestión de denuncias de este tipo;
- Modificaciones en el sistema de la aplicación de los ‘shoppers’, como se denomina a los trabajadores de recogida y envío de comestibles Instacart, aumenta la probabilidad de acceder a zonas con alta criminalidad, o con registros anteriores de casos de violencia y acoso;
- TaskRabbit empresa especializada en el ofrecimiento de servicios de limpieza, mudanzas, montaje de muebles, mantenimiento ha sido duramente criticada por la falta de medidas de seguridad para verificar la identidad, antecedentes penales o de delitos sexuales de sus clientes;
- Handy la empresa de servicios de limpieza saltó a la palestra por promocionar una cultura de desincentivamiento en el reporte de denuncias en supuestos de violencia y acoso laboral.
4Durante la pandemia hemos sido testigos de cómo el foco por parte de las plataformas ha estado centrado en maximizar el beneficio y cubrir las crecientes necesidades de los consumidores, a expensas del riesgo de infección de los trabajadores. Pese a ello, la economía de plataformas ha protagonizado una serie de medidas de protección noveles[7] en materia de seguridad y salud con el único fin de proteger los ingresos y dar continuidad al servicio.
Si las plataformas hubieran puesto el mismo empeño en proteger a las mujeres de manera proactiva, trabajando en principios de prevención y sobre la fase de diseño del puesto, del servicio y de la tecnología muchos de estos problemas podrían haberse evitado. O alguien cree que estos problemas se arreglan con habilitar un botón de pánico en la aplicación o por instalar cámaras de videovigilancia durante los servicios.
De igual manera deberían haber analizado las lecciones aprendidas de sectores similares: las ‘kellys’ o camareras de piso ya eran consideradas un sector precario, feminizado y expuesto a situaciones de acoso sexual; los taxistas siempre han sido un gremio asociado a problemas de seguridad y con muchas posibilidades de sufrir algún acto de violencia.
En lugar de aprender de esta problemática estructural y sistémica optaron por modelos de gestión reactivos y tendentes a proteger la reputación corporativa y el modelo de negocio.
Durante el 2021 veremos como la economía de plataformas seguirá explorando nuevos mercados y oportunidades de negocio. El sector sanitario está llamado a ser gestionado a través de la fórmula de trabajos temporales en el caso de enfermeras, auxiliares o cuidadores; la externalización de los asistentes virtuales con mano de obra procedente de países del sudeste asiático es ya una realidad empresarial; y la apuesta por la diversificación de servicios puede traer complejidad adicional a esta industria, como en el caso de Urban Company, fundada inicialmente para la provisión de servicios de belleza para las mujeres y ahora incorporando nuevas líneas de negocio como es el aprendizaje online extracurricular para niños.
“El futuro dirá si este tipo de empresas apuestan por un modelo más responsable y sostenible que propicie trabajo decente y seguro, por ahora el presente es descorazonador”.
* Las opiniones vertidas por este autor son estrictamente personales y no deben interpretarse como puntos de vista oficiales de IOSH.
[1] Schor, J. B. & Fitzmaurice, C. J.; Carfagna, L. B.; Attwood-Charles, W. & Poteat, E. D. (2016). “Paradoxes of Openness and Distinction in the Sharing Economy”. Poetics, 54: 66-81.
[2] Singer, N. (2014). “In the Sharing Economy, Workers Find Both Freedom and Uncertainty”.
[3] Edelman, B. G. & Luca, M. (2014). “Digital Discrimination: the Case of Airbnb.com”. Harvard Business School NOM Unit Working Paper 14-054
[4] Mira d’Ercole, M. and M. MacDonald (2018), Measuring platform and other new forms of work: Issues paper.
[5] Bérastégui, Pierre. ETUI. Exposure to psychosocial risk factors in the gig economy: a systematic review. Brussels, Enero, 2021.
[6] Fernández Martínez, Silvia. «Los riesgos psicosociales en el trabajo realizado mediante plataformas digitales». IUSLabor. Revista d’anàlisi de Dret del Treball, [en línea], 2020, n.º 3, https://www.raco.cat/index.php/IUSLabor/article/view/373350 [Consulta: 31-01-2021].
[7] OECD. What have platforms done to protect workers during the coronavirus (COVID-19) crisis?. Paris, Septiembre, 2020.